Página:El cerco de pitas (1920).pdf/70

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
66
Edmundo Montagne

Nada que la opinión de la familia no tiene vuelta: tío Casiano es un santo.

¿Cuánto tiempo hacía que no subíamos a tomar el té con tía Transustanciación? es lo que pregunté ayer a mi hermana Luisa, en mitad de nuestros correteos por el centro, cuando nos disponíamos a entrar a la confitería.

¡Cierto: cuánto tiempo! Y decidimos andar media cuadra y subir allá, al segundo piso, forzosamente por la escalera, pues la casa, que ha quedado un poco rezagada en medio del progreso general, no tiene ascensor aún. Estaría tía, pensábamos, en el final de su consabida siesta.

Pues no era así. Algo extraordinario que ignorábamos acontecía esa tarde en casa de tía; algo extraordinario que sospeché, por las pocas palabras embarazosas de tía y el aturdimiento súbito de tío, constituía el punto supremo y glorioso de aquella casera felicidad. Y, ya lo dije: ese algo extraordinario era que tío Casiano se hallaba en casa a media tarde. De vez en vez, meses de por medio, a eso de la siesta, lo he sabido hoy, suele hacer, toda su rozagante y pesada humanidad, una irrupción en su hogar, con un paquete de masas que alarga a su consorte, risueñamente sorprendida. Para eso elige siempre un día espléndido, uno de esos atemperados y vivificantes días que tienen el poder de angustiar, con nostalgias de campo y cielo abierto a cuanto infeliz se halla sumido en el fondo lóbrego y árido de una oficina.