Página:El cerco de pitas (1920).pdf/71

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
67
El cerco de pitas

Supongo que parecidas nostalgias asaltan en tales casos el alma cándida de tío. Y como fué grande el disgusto mal disimulado que nuestra visita le causó, deduzco además que haría tiempo no se proporcionaba su máximo grado de felicidad.

Las masas estaban ahí, sobre una silla, junto a la máquina en que momentos antes cosería tía.

Cerca, en el balcón, tío Casiano, ya en zapatillas y no conforme con haberse libertado del cuello y el saco de lustrina, sacábase el chaleco en el preciso instante en que nosotros entrábamos.

¡Vaya un estúpido gusto el nuestro! ¡ destruir, sin más ni más, la idílica placidez de dos golosos cuarentones!

Pero allí estábamos, sin embargo, a tan ingratos efectos.

Yo me he concretado a saludar con un apretón de manos, y a sentarme, a respetable distancia, como tratando de significar con eso que nuestro ánimo no había sido destructor. Más aún: hasta creo que me quedo pesaroso.

No así Luisa. Alborotada y alegre como es, va de tía a tío, de tío a tía, preguntona, parlanchina, ruidosa, al punto que no puede competir con su bulla el estrepitoso rumor del tráfico callejero, ni el redoble infatigable del canario del tercer piso.

Veo que mi tía se pondría no alegre a media sino contenta del todo, a los halagos e ingenuos cariños de Luisa. Sólo que mira a tío, el cual, con los ojos al suelo, coloradote, sudoroso, a cada frase de mi