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El cerco de pitas

Y sostuvo en mí una mirada suplicante, capaz de anular las negativas más duras.

—Fué el domingo pasado. ¡Y qué feliz he sido durante un par de horas! Aquí... lo perdí — concluyó con voz sofocada por la pena, pero sin dejar de contemplarme.

Me hallé envuelto en la mirada de la viuda, mirada de loca, de santa, de alucinada, llena de una luz irreal.

Recordé vagamente que el casero me hablara de esa señora para elogiarme el departamento, pues ella no lo hubiera abandonado por nada del mundo a no quedar en condiciones que le impedían costearlo.

Y de golpe comprendí el extraño caso. Sin duda, la desdichada amaba el lugar en donde había sido feliz con su compañero tanto como al compañero mismo.

—Esto la consuela de la pérdida — balbuceé: entiendo. Y siendo así, ¿cómo podría yo negarme ?

—¡Ah, gracias, gracias! Dios se lo premiará a usted exclamó con un reconocimiento profundo, estremecida, radiante de un contento como jamás ví.

La viudita se tocaba apenas con un manto. Era bella, bien formada, muy pálida, y sus ojos negros reflejaban una pena que atraía a causa de ese fulgor extreterrenal que la iluminaba.

—Estése usted cuanto quiera, señora volver con el sombrero en la mano.

1 dije al