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El cerco de pitas

EI , CERCO DE PITAS

81 Una gran tristeza nubló el rostro del anciano.

— Voy contento, tata!—le gritó el hijo.

Quedó el viejo largo momento mirándolo alejarse, y levantó la mano en señal de bendecirlo.

La luz y los colores de la primavera se retrataban en las aguas. Sobre ellas Zenón impulsaba la canoa con la intrepidez que hubiera puesto en espolear su caballo en la pelea.

Iba recobrando el gusto del remo y sintiendo renacer su cariño de la infancia por aquella canoa del abuelo indio.

Zenón buscaba la orilla más sombrosa del Luján, y acariciado por las ramas pendientes y lánguidas de los sauces, fué avanzando delta adentro, coligiendo por los indicios de las costas el camino que llevaba a La Espera.

Un biguá zambullia aquí; otro, en la orilla, se esponjaba al sol. Ya era una nutria huyendo o el rebullir de un pez a flor de agua.

Todo entretenía al mozo, y más que nada absorbíalo el ver las florecidas lianas y los frutales en que más de una poma pintaba. Recuerdos de su niñez iban surgiendo con esas contemplaciones.

Veíase de nuevo en la isla toda monte y despoblada del tío, donde su vida se abrió a la luz del cielo como una flor silvestre.

De pronto ve un cardenal de jopo rojizo. El pájaro silba y salta en las ramas de un laurel de flores más rojas que su copete. Y a la vista de aquello Zenón queda como suspenso, olvidado de