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Edmundo Montagne

remar. ¡La imagen de una mujer ha cruzado por su mente!

La vista de más flores rojas avivan la remembranza y aclaran el recuerdo, y entonces Zenón se ve jugando con la hija del padrino, a quien da una guinda y tras de la guinda un beso. Y nota que el rubor llena la cara de la niña rubia como si fuera el zumo derramado de la fruta.

¡Oh recuerdo aquel que embargó y enterneció al bogador! Lejos de las islas lo hubiera creído hijo de un sueño; pero a medida que se acercaba a La Espera sabía con más certeza que aquel recuerdo pertenecía a una ventura de su propia vida.

Y entonces Zenón continuaba remando, remando aprisa.

II

Comenzaban a deslizarse para Zenón los días que era un encanto, entre las bendiciones del padrino ya canoso y las sonrisas de su hija Arminda.

¡Qué exclamación gozosa la que la moza tuvo al arribo de Zenón!

Este advirtió de pronto en ella la plenitud de la mujer, contrastando con la frescura de la niña.

No dejaba de contemplarla durante los quehaceres en que todos sus movimientos le parecían de una armonía perfecta. Y deleitábalo el que ella lo mirase con mirada lenta y amante. Y cuando así