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El cerco de pitas

lle, y, llegando hasta el niñio, lo había besado. Luego yendo hacia la joven le preguntó:

—¡Te has salido con la tuya?

Tenía alguna inquietud el acento de reproche del joven.

—No. No he sido tan ordinaria. No quiero lograr tu reconquista con escándalos. Fuí simplemente a buscar a tu hijo. Y, sin querer, conocí a tu novia.

—Callate.

—Pierde cuidado: no te comprometeré.

Ante la actitud resuelta de la joven que se iba con el rubiecito, Carlos quedó indeciso. La madre del niño volvióse:

—Puedes ir. Debes ir. A tiempo estás de ser caballero con las dos... o con una sola; pues creo que no andarás en otra mala acción.

Cándida, con ambas manos en el pecho, ahogada por un rudo sollozo que le atenazó de pronto la garganta, había huído a su pieza.

II

Carlos se halla sentado en el comedor, junto a la celosía que da al patio. Doña Petrona y Delia no saben qué decirle, pues aquel mocetón fornido, de facciones regulares, de un franco mirar en sus ojos claros y gesto habitualmente desenvuelto, está desconocido. No atina a comenzar ninguna conversación. Y, lo que es más extraño aún, ni ha pre-