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Edmundo Montagne

guntado por Cándida, que siempre que él llega le sale al encuentro.

Doña Petrona está como alarmada. Tres veces ha ido a llamar a su hija, quien, encerrada en su habitación, no le ha dado respuesta.

—¿Sabe? Se encuentra un poquito indispuesta.

Yo se lo quería decir; pero..responde el joven. —¡Ah! sí; com— Eh?

prendo, comprendo.

Pero se ve que no comprende nada. Se ha puesto rojo súbitamente. Como para proteger su situación, ha tomado el mate que le alargaba una chica y lo ha sorbido en dos chupones. Y luego dice, poniéndose de pié:

—Bueno. Yo... yo también venía hoy apurado ¿no? Eso es, venía apurado.

—¿Algún trabajo fuera de hora?

—No. Sí. Sí, señora: eso es. Poca cosa. Así es que, ustedes comprenderán...

El joven, de pie, daba en tanto la mano a la señora y luego a Delia. Y seguía disculpándose, embarazosamente.

—Ustedes disimularán. Quise venir a comunicárselo sin embargo.

—¡Pero, Carlos: venirse desde el centro, para eso! ¡ Como si no nos conociéramos!

—¡Adiós! ¡ adiós!

El joven marchóse. Doña Petra, enfurecida, aseguraba que la conducta guaranga de Cándida había sido la causa del retiro brusco de Carlos. Interro-