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Alechska que, a su vez, retuvo a Makar por un pico de la pelliza, y se lanzó hacia adelante.

Makar, loco de ira, le siguió. Ambos corrían mucho. Makar se olvidó del zorro. Las ramas de los árboles le golpeaban en pleno rostro, pero no hacía caso, y, lanzando gritos belicosos, estaba ya a punto de alcanzar a su enemigo. Pero Alechska había sido siempre más astuto que el pobre Makar. Se paró de repente, se volvió hacia Makar y, con la cabeza, le dió un golpe formidable en el vientre. Makar cayó al suelo. Alechska, después de lanzar un grito de victoria, escapó por el bosque intrincado.

Un minuto después, Makar se levantó. Sentíase humillado, golpeado, en un terrible estado de ánimo. El zorro, que casi era suyo, estaba lejos.

Era más profunda la obscuridad. La nubecita blanca apenas si se veía. Makar sentía en todo su cuerpo las picaduras de la nieve que le entraba por las mangas, por el cuello, por la es palda, hasta las piernas. Su "schapka" se lo había llevado Alechska; en la lucha había perdido los guantes. Makar estaba desesperado; bien sabía que el frío siberiano es terrible cuando no se tienen guantes ni "schapka".

Caminó hacia adelante. Según sus cálculos, hacía ya mucho tiempo que debía haber salido del bosque, pero el bosque le rodeaba siempre, con sus altos árboles silenciosos. No le dejaba, reteniéndole entre sus brazos. A lo lejos seguían oyéndose los sonidos vagos de la campana. Qui-