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llas. El pope, adivinando su extrañeza, volvió la cara hacia él y dijo:

—No te ocupes de eso. Son pensamientos profanos que vas a pagar caros.

—¡Ah, Dios mío!—respondió de mal humor Makar—.¡Qué severo te has vuelto!...

El pope meneó la cabeza y siguió andando.

¿Está lejos todavía?—preguntó Makar.

—Lejos.

—¿Y qué es lo que vamos a comer en el camino?

—Pero no sabes que estás muerto y que ya no necesitas comer ni beber?

Makar hizo una mueca de disgusto; cuando no tiene uno nada que comer, se está inmóvil, como él se había quedado inmediatamente después de muerto; pero cuando se anda, hay que comer, sobre todo si la caminata es larga. Aquello le parecía estúpido, y se lo dijo al pope:

—Quejarse es malo!—respondió el otro. ¡Cállate!

Pero Makar continuaba lamentándose. A pesar de todo, las cosas estaban mal orderadas. ¡Hacer andar a la gente y no darle de comer! ¿Habíase visto jamás nada parecido?

Siempre gruñendo, seguía al pope. El camino era terriblemente largo. Aunque Makar no había visto salir el sol, le parecía que estaba andando hacía lo menos una semana: tantos barrancos y llanos, ríos y lagos habían dejado atrás; le parecía

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