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1 123 que el bosque andaba solo, y que las altas monta ñas de nieve se ocultaban detrás del horizonte.

Se diría que iban subiendo cada vez más alto.

Las estrellas se hacían más grandes y más claras.

Por encima de la cúspide de una montaña que habían tramontado, apareció un trozo de luna, que hasta entonces no había sido visible. Parecía querer escaparse; pero el pope y Makar corrieron tras ella. Al fin se alzó toda en el horizonte.

Caminaban ahora por una llanura muy elevada.

Había mucha más claridad que antes, probablemente porque estaban cerca de las estrellas. Cada estrella era grande como una manzana y brillaba con mucha fuerza; la luna parecía la tapa de un gran tonel de oro, y brillaba como el sol, iluminando la llanura desde un extremo al otro. Se veía distintamente cada partícula de nieve. Numerosas sendas cruzaban la llanura y se junta— ban en un punto, al Este. Había mucha gente, a pie y a caballo, vestida de todas maneras.

De pronto, Makar, que fijó su mirada en un hombre montado a caballo, echó a correr hacia él.

—Alto!—le gritó el pope.

Pero Makar no le hizo caso, ni siquiera le oyó.

Había reconocido a un tártaro que le había robado su caballo hacía seis años, y que había muerto hacía cinco. Ahora, el tártaro iba montado en el caballo de Makar. Los pies del caballo, que corría a galope, levantaban por todas partes la nieve, que brillaba con mil resplandores. Makar quedó sorprendido al ver que él, a pie, podía alcan-