poco. Se dijo que quizá lograra ocultarle algunos pecados.
El Toyon le miró y le preguntó de dónde era, cuál era su nombre, qué edad tenía. Makar respondió a todas las preguntas.
—¿Qué has hecho durante la vida?
—Tú lo sabrás. Eso debe estar escrito en tus libros.
No estaba muy tranquilo; quería saber si, en efecto, había libros allí.
—Dilo tú mismo—ordenó el Toyon.
Makar cobró animos y empezó a enumerar todos sus trabajos. Aunque recordaba muy bien cada hachazo, cada árbol derribado, añadía al número real centenares de árboles y millares de vigas y de tablas. Cuando terminó, el viejo Toyon se dirigió al pope Ivan.
Tráeme el libro!
Makar comprendió que el pope Ivan era el secretario del Toyon, y se enfadó mucho porque no se lo había dicho antes.
El pope trajo un gran libro, le abrió y se puso a leer.
—¿Cuántas vigas hay señaladas ahí?—preguntó el gran Toyon.
El pope miró y dijo con voz triste:
—Ha aumentado en su declaración trece mil.
—¡Miente ese pope!—gritó furioso Makar—.
Probablemente se habrá equivocado al escribir en el libro, porque era un borracho y murió de una muerte vergonzosa.