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mente, pero cuando el viento empieza a soplar, se pone a gemir angustiado. ¡Escucha! Yo veo mal, pero tengo buen oído. Ahora es la encina la que empieza a quejarse. "El demonio de la selva" ataca las encinas... ¡Siempre es así antes del huracán!

En efecto, el grupo de encinas que estaban cn medio del calvero, defendidas por el muro del bosque, sacudían sus ramas potentes y hacían un ruido sordo, que se podía distinguir fácilmente del de los pinos.

—¿ Qué, lo oyes, buen mozo?—dice el viejo con una sonrisa maliciosa—. Yo lo sé muy bien. Cuando las encinas empiezan a agitarse, de seguro que por la noche vendrá el "demonio del bosque", tírándolo y rompiéndolo todo. Pero ni el mismo demonio puede nada contra la encina; es demasiado sólida.

—¿De qué "demonio” hablas, abuelo? ¿No dices tú mismo que es el huracán el que destroza?

Movió la cabeza.

Ah, sí, ya he oído decir eso! Me han dicho que ahora hay personas que no creen en nada. ¡Es sorprendente! Y, sin embargo, yo lo he vist, como te veo ahora a ti, y aun mejor; pues ahora mis ojos no valen gran cosa, mientras que entonces eran jóvenes todavía. ¡Oh, qué bien veían cuando yo era joven!

—Pero ¿cómo le viste, abuelo?

—Era un día como hoy; primero, los pinos empezaron a gemir: ¡o—ho—ho! Así, así así siempre, con