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la espalda. Y, sin embargo, no era malo y me daba bien de comer; a veces, hasta me guisaba patos. En cuanto a eso, no tenía de qué quejarme, ¡no!

Pues bien; así vivíamos los dos. Cuando Román se iba al bosque, me encerraba en casa y echaba la llave, por miedo a que me devoraran las fieras... Además tenía una mujer...

El señor fué el que se la dió. Una vez le llamó a su casa y le dijo:

" — Cásate, Román!

—Para qué—preguntó Román—. Cásese el diablo, que yo no quiero. Ninguna falta me hace una mujer en el bosque, tanto más cuanto que tengo ya en casa a un chico.

No estaba acostumbrado a las mujeres y no quería. Pero nuestro señor era malo. Cuando me acuerdo de nuestro señor, quiero creer que no hay ya señores semejantes. ¡No, no los hay ya! Por ejemplo, tú; se dice que también tú eres de origen señorial. Quizá sea verdad; pero no hay nada de señorial en ti... Un buen mozo, y nada más.

Pero el otro, del que te estoy hablando, era un verdadero señor, de los antiguos. El mundo es así:

centenares de hombres tienen miedo de uno solo, ¡y qué miedo! Compara un gavilán y un pollo: los dos han salido de un huevo; pero el gavilán se levanta hasta el cielo, y cuando grita, no ya los pollos, sino que hasta los gallos viejos se echan a temblar. Pues bien, el gavilán es un pájaro señorial y el pollo es un simple campesino.