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Pronto llegamos a otra población mucho más pequeña; era la que se había designado para su residencia. Allí la entregamos a la Policía. En cuanto entró en el puesto de Policía, preguntó al primero que vió: "Habita aquí el señor Riazanov?" "Si"—le respondieron. El jefe de Policía le preguntó dónde se iba a instalar. "No sé—contestó—; mientras tanto iré a casa de Riazanov." El jefe movió la cabeza, pero ella no hizo caso. Tomó su paquete y se fué. A nosotros ni siquiera nos dijo adiós.

IV

Calló de nuevo, creyendo, probablemente, que me había dormido.

—¿No la volvió usted a ver?—le pregunté.

—Sí, la volví a ver—; pero hubiera preferido no verla más, a verla de aquel modo... Fu poco tiempo después. Cuando estuvimos de vuelta de Siberia, se nos volvió a mandar allí otra vez para acompañar a un estu liante llamado Zagrasky. Era un hombre muy alegre; cantaba bien y no se negaba nunca a tomar una copita. Iba deportado más lejos que nuestra señorita. Pero teníamos que pasar precisamente por la población donde ella habitaba. Yo tenía grandes deseos de saber qué había sido de ella. Pregunté si seguía allí: “Síme dijeron, está aquí; pero se conduce de un modo extraño: desde que llegó, se instaló en casa