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cia la puerta y me vió. Se lanzó furioso hacia mí.

Creí que me iba a matar y tuve un momento de miedo, tanto más cuanto que me pareció un hombre muy robusto...

Comprenderá usted que habían creído que yo iba a buscarla para llevarla otra vez a otra parte.

Pero él comprendió en seguida su error: yo estaba a la puerta, muy confuso; además, iba solo, mientras que si hubiera ido a buscarla, iríamos dos, como se hace habitualmente.

Entonces Riazanov se volvió hacia ella: "Cálmese usted; no es nada." Después, dirigiéndose a mí: "¿ Qué viene usted a hacer aquí?" Expliqué que nada tenía que hacer allí, que había venido solamente por verla. "La señorita estaba enferma cuando la traje, y quería ver cómo se encontraba ahora." El me miró con más benevolencia; pero ella siguió encolerizada. ¿Y por qué? Ivanov, mi colega, fué malo con ella; pero de mí no había tenido queja.

El comprendió lo que pasaba y se echó a reír.

"Ya ve usted—le dijo—, tenía yo razón." Probablemente, habían hablado de mí cuando ella le contara nuestro viaje.

Perdóneme usted si la he asustado—dije yo. Si he venido en un mal momento, me iré.

No se enfaden conmigo.

El se levantó y me tendió la mano.

—Hasta la vista; pero cuando usted vuelva, venga a vernos.

Ella nos miró a los dos y sonrió con maldad.