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No comprendo por qué le invita usted a venir. Nada tiene que hacer aquí.

—Eso no importa—respondió—. Que venga de todos modos, si quiere.

Y dirigiéndose a mí, añadió:

—Sí, venga a vernos si quiere.

Hablaron largo rato entre ellos. Yo no los entendía; ustedes, las personas instruídas, hablan a veces de un modo incomprensible. Además, tenía que irme: veía bien que allí estaba estorbando.

Y me fuí.

Condujimos a nuestro estudiante al sitio designado y volvimos de nuevo a aquella población. El jefe de Policía nos dijo: "He recibido una orden telegráfica para que os quedéis aquí hasta nuevo aviso." Naturalmente, nos quedamos allí.

Y de nuevo fuí a casa del señor Riazanov. Decidí no entrar en la casa; quería solamente informarme de cómo seguía la señorita, preguntándoselo al dueño de la casa. Este me dió malas noticias.

—Está muy enferma. Temo que muera muy pronto. Lo peor es que antes de morir no querrá recibir los Sacramentos.

En este momento apareció en el umbral el señor Riazanov. Me saludó y me dijo:

—¿Otra vez por aquí? Bien, entre usted.

Entré en la casa, andando de puntillas, seguido de Riazanov. Ella me miró.

—De nuevo viene aquí ese hombre extraño ?

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