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Cómo no saberlo!—gimió la vieja—. A buscar mi dinero...

1 —Tu dinero? No, vieja; es el mío el que vengo a buscar. A Dios gracias, yo no soy un bandido para venir de noche a coger el dinero que no me pertenece.

— Naturalmente que no te pertenece!—dijo la muchacha con ira, acercándose amenazadora al molinero.

Pero está loca!—dijo éste retrocediendo—.

¡No he visto jamás una muchacha semejante, a fe mía! No ya en la aldea, pero ni en todo el distrito hay otra tan loca. Has reflexionado tus palabras? Si tuviera aquí otros testigos que tu madre, me quejaría ante el juez de ese insulto.

¡Ten cuidado, chiquilla!

—¿Acaso no es verdad lo que te acabo de decir?

—Claro que no es verdad, puesto que tu madre no me ha pagado todavía la deuda.

—Mientes como un cochino perro! Cuando eras todavía ayudante del molinero, prometiste casarte conmigo y no reclamar jamás el dinero que nos habías prestado. Pero desde que te hiciste molinero, lo reclamas, a pesar de que se te ha pagado ya todo.

—Pero te olvidas de la harina.

—Bien, ¿cuánto es lo que se te debe por la harina?

—Tres rublos! Más barato no la encontrarías en ninguna parte, aunque te ofrecieras tú misma por añadidura.

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