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Pero, ¿no se te han pagado ya esos tres rublos?

¡Dios mío, qué lengua de muchacha!... ¡Como la de Iarko! ¿Y los intereses?

Ella no contestó. Esto les pasa muchas veces a las jóvenes: después de haber hablado mucho, se paran de repente, como un molino cuando el viento cesa. En vez de responder, se echó a llorar, con lágrimas ardientes, y se secaba los ojos con las mangas de su blanca camisa.

—Ya estamos con cuentos!—dijo el molinero un tanto confuso, pero contento—. No me gusta echarme sobre la gente sin razón. No valía la pena insultarme para llorar después.

— Cállate, cobarde!

—Pero tú también podrías tener la lengua.

—Sí, calla, hija mía—dijo la vieja suspirando.

Tenía miedo de que el molinero montara en cólera; probablemente, no le podía pagar los intereses.

No, no me he de callar!—dijo la otra. El viento había empezado a soplar de nuevo y las aspas del molino se ponían en movimiento otra vez—.¡No me he de callar! ¡Voy a escupirle a la cara, para que no se vuelva a atrever a comprometerme, a llamar a la ventana y a abrazarme!

¡Di, cobarde, di por qué llamaste a la ventana, o te saco esos ojos villanos, sin tener en cuenta que eres el señor molinero en persona y el más rico de la aldea! Antes no eras tan orgulloso; me llamabas tu novia y me hacías declaraciones de

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