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amor... ¡Y ahora te has vuelto tan altivo! El orgullo te ha hecho perder la cabeza...

—¡Pero, cállate hija mía! ¡No olvides que eres una pobre huérfana!—suplicó la vieja. Y usted, señor molinero, perdónela. Es demasiado joven para pesar sus palabras. El corazón joven y el espíritu joven hacen siempre tonterías. Con la edad se hará más razonable.

—Me da lo mismo—respondió el otro. No me interesa; soy superior a esas niñerías. Dame lo que me debes y ni siquiera miraré más vuestra casa.

—Pero si no tengo dinero. Espere un poco. Mi hija y yo vamos a ganar algo, y entonces lo devolveré todo. ¡Ah, qué desgraciada soy! Yo te quería como a un hijo, creía que ibas a ser mi yerno... Nunca se me ocurrió la idea de que vendrías a reclamarme los intereses. ¡Si, al menos, pudiera casar a mi hija! Pero desde que te conoció, no quiere oír hablar de otros jóvenes; ¡tan enamorada estaba de ti! "¡Quiero mejor morirme que casarme con otro!"—dice—. También tengo yo algo de culpa; no he hecho bien en dejaros estar juntos hasta el amanecer... ¡Ay, esta pobre cabeza mía!

—Todo eso no me resuelve nada—dijo el molinero. Tú, vieja, debes comprenderlo: un hombre rico, como yo, tiene muchos gastos. Por otra parte, yo pago mis deudas; por ejemplo, al judío Iankel. Es necesario que se me pague a mí también...