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Página:El día del juicio (1919).djvu/71

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¡Qué principio más extraño!—dijo Galia—.

Bueno; veamos eso que vas a decir. Pero ¡ten cuidado, no vengas otra vez con necedades! Te vas a ganar algo!

—No, no diré necedades, déjame hablar...

¡Diablo! ¡Quisiera acordarme de lo que decía Iarko!...

—¿Iarko? ¿Qué tiene que ver larko con nuestras cosas?

—Pero, mujer, cállate, que si no, no me desenredare nunca. Di, ¿me has amado?

—Ya lo creo! De otro modo no hubiera besado una cara tan fea.

—Bien, ¿y qué era yo entonces? El ayudante del molinero, ¿no es eso?

—Sí. Después, por mi desgracia, te hiciste molinero. Más valiera que te hubieras quedado toda la vida de ayudante del molinero.

—Vamos, no hables demasiado, que voy a perder el hilo. No tienes más que responder a mis preguntas. Bien: tú amaste a un ayudante de molinero; ahora bien, debes casarte con un ayudante de molinero y vivir en el molino. En cuanto a mí, puesto que nos amamos, seguiremos amándonos, aun cuando yo esté casado con Motria. Esto está claro, ¿no?

Tan estupefacta quedó Galia por lo que acab ba de oír, que se frotó los ojos, creyendo que aquello era un sueño.

—Pero, vamos hombre!... ¿Qué es lo que me dices? O soy tan tonta que no entiendo 0 da