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Veo—dijo entonces el diablo—que vosotras, hermosas mías, no queréis mucho a mi amigo el molinero.

—Que le quiera el diablo! ¡Nosotras le detestamos!

—Sí, ya veo que no tenéis sentimientos muy tiernos para con él.

— Así reviente!

—¡Así le den todas las enfermedades!

—Que le lleve el diablo, como se llevó a Iankel.

Las otras mujeres se echaron a reír.

—Sí, bien lo merece! ¡Es mucho peor que el judío!

—Iankel, al menos, no tocaba a las mujeres, y se contentaba con su judía, mientras que el molinero es un marrano sin vergüenza.

El diablo estaba cada vez más contento.

—Bien, os doy gracias por esos informes. Dispensadme por haberos entretenido. Ahora podéis seguir vuestro camino.

Y no pudiendo ya contener su alegría, lanzó una carcajada formidable. Hasta los peces y las ranas fueron presas de terror, en el fondo del río, al oír aquella risa; el agua tranquila se agitó, como sacudida por el huracán. Las mujeres se asustaron tanto, que escaparon a todo correr, como una bandada de gorriones que hubiera visto al gavilán. Se diría que el viento las había barrido de la presa.

El molinero sintió un escalofrío. Miró al cami-