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.87 no que conducía a la aldea, y pensó que lo más prudente sería echar a correr, como habían hecho las mujeres.

Pero precisamente en aquel instante vió acercarse a su dependiente, Iarko, y lanzó un suspiro de alegría "Iarko es mi hombre—se dijo—. Este no me traicionará y sabrá defenderme. ¡Si el diablo le pregunta, sufrirá una gran decepción!"...

XI

Iarko iba descalzo, con una camisa roja y la gorra hecha jirones. Llevaba en la mano las botas de Opanas que le había prometido el molinero.

"Toma, ya ha cogido las botas!—pensó el molinero. ¡Qué pronto va a lo suyo! Pero eso no importa; cuento mucho con él. Vamos a ver qué le dice el diablo de mí." Habiendo visto una figura humana sobre la presa, Iarko tuvo la idea de que podía ser algún ladrón que le quisiera quitar las botas. Y deteniéndose a pocos pasos del diablo, dijo:

—¡Eh, vete de ahí! Si me quieres robar las botas, no lo conseguirás. Eso no, viejo; no serán para ti. ¡No hay que pensar en ello!

—Vamos a ver, buen amigo; yo no necesito tus botas. Las mías son mejores que las tuyas.

—Entonces, ¿qué haces ahí a estas horas de la noche?