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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/137

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todos los días, apresurándose á ocuparlo el que primero llegaba y protestando el otro con ligeros refunfuños y sentándose muy cerca y á la misma mesa de mármol. Se aborrecían, y por la igualdad de gustos y disgustos, simpatías y antipatías, siempre huían de los mismos sitios y buscaban los mismos sitios.



Una tarde, huyendo de la Rapsodia húngara, Pérez se fué al corredor y se sentó en una mecedora, con un lío de periódicos y cartas entre las manos.

Y á poco llegó Alvarez con otro lío semejante, y se sentó, enfrente de Pérez, en otra mecedora. No se saludaron, por supuesto.

Se enfrascaron en la lectura de sendas cartas.

De entre los pliegues de la suya sacó Alvarez una cartulina, que contempló pasmado.

Al mismo tiempo, Pérez contemplaba una tarjeta igual con ojos de terror.

Alvarez levantó la cabeza y se quedó mirando atónito á su enemigo.

El cual también, á poco, alzó los ojos y contempló con la boca abierta al infausto Alvarez.