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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/26

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se vengara dejándole cesante, ó por lo menos... bajándole á ocho.

La otra visita fué de otro santón no menos ilustre é influyente, también demócrata y que era un especialista en materias de conciencia. Cuando él, en un discurso decía: ¡Mi conciencia! Parecía decir: ¡Mis pergaminos! Pues él también andaba en cosas de minas, y también subió las cien escaleras y pico. Pero éste hizo ante todo grandes protestas de la pureza de sus intenciones; con toda sinceridad mostraba el gran disgusto que tenía solo con pensar que don Baltasar pudiera creer que venía á sobornarle, á deslumbrarle... Venía á convencerle; no tenía que esperar Miajas ni premio ni castigo, resolviese lo que quisiera. Se hablaba á su convicción y nada más. Y el señor de la conciencia sacó unos papelitos y los leyó; y discutieron él y Miajas, y después de dos horas, con la mayor naturalidad, don Baltasar declaró que aquel ilustre prohombre tenía razón, que la ley estaba con él y que el negociado informaría, si á él se le hacía caso, como pedía el insigne caballero, que de resultas se ganaría acaso millones. Y se fué el señor rectísimo, dejando á Miajas los papelitos aquellos, con su firma, y no volvió en la vida; ni el empleado de diez mil reales le debió jamás favor alguno ni se lo encontró cara á cara otra vez. No importaba: él guardaba como un tesoro los papelitos y sin decírselo á nadie, saboreaba el orgullo de haber tenido ante sí, tan fino, tan amable, al hombre más severo de España, al Catón más tieso de la Península. Pero después de