algún tiempo fué olvidando la aventura y por fin ya disfrutaba de la contemplación de la propia honradez como de una cosa muy insípida, sin mérito grande, aunque indispensable. Estaba dispuesto á morir de hambre antes que á prevaricar en lo más insignificante. Pero el placer de este estado de alma era ya para él muy inferior al que le proporcionaba la solución de un jeroglífico.
Si aquellos señorones ilustres jamás hicieron nada bueno ni malo á don Baltasar; si el prócer de la conciencia no tuvo la amabilidad de mandarle siquiera unos cartuchos de dulces á los hijos de Miajas, no se portaron así el año de gracia de 189... los dos ricachos americanos que habían sacado de pila, respectivamente, al hijo mayor Carlos y á la hija Pepilla.
El día de Reyes, muy tempranito, los chicos se encontraron en el terrado sendos juguetes de todo lujo; él, guerrero indomable, con uniforme de te-