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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/80

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religiosa, me cogió como un torbellino la realidad brutal del estreno... No sé cómo llegué al teatro; me vi rodeado de gente... La dama me preguntó si estaba bien caracterizado el personaje con aquella ropa, aquellas arrugas... ¡qué sé yo! Aquel infierno de las vanidades me arrancó por algunos momentos el recuerdo de mi felicidad, de la gran noticia que me habían mandado desde mi hogar querido... No volví á pensar en la dicha de tener á mi hijo fuera de cuidado... hasta que me dieron el primer susto las señales de desagrado que empezaron á venir de la sala, que yo no veía... Yo no esperaba un descalabro; esperaba un buen éxito; sobre todo creía en mi drama. Llegaba, por lo visto, el momento de cumplir el voto; había que alegrarse, desear la derrota... Era el precio de la salud de mi hijo. Saqué fuerzas de flaqueza..., elevé cuanto pude el corazón y las ideas..., y aunque tropezando y cayendo en el camino de aquel Calvario... de menor cuantía, al fin creo que conseguí no hacerme indigno del premio de mi promesa. Si no con perfección, al cabo cumplí mi voto.

Te aseguro, mi querido poeta, que representándome las sonrisas de mi hijo redivivo; la dicha que me aguardaba en sus primeras caricias; la felicidad de llorar de placer juntos y de dar gracias á Dios la madre, el padre y el hijo...; las injurias de aquella noche horrible no me llegaban á lo más hondo de las entrañas... No era yo del todo el que recibía aquellos agravios. Yo, más que el autor de