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José Ingenieros

de todo sentido moral, desarticulando los últimos prejuicios que los vinculan al solidario consorcio de los mediocres. Viven adaptados a una moral aparte, con panoramas de sombrías perspectivas, esquivando los clarores luminosos y escurriéndose entre las penumbras más densas; fermentan en el agitado aturdimiento de las grandes ciudades modernas, retoñan en todas las grietas del edificio social y conspiran sordamente contra su estabilidad, ajenos a las normas de conducta características del hombre mediocre, eminentemente conservador y disciplinado. La imaginación nos permite alinear sus torvas siluetas sobre un lejano horizonte donde la lobreguez crepuscular vuelca sus tonos violentos de oro y de púrpura, de incendio y de hemorragia: desfile de macabra legión que marcha atropelladamente hacia la ignominia.

102 En esa pléyade anormal culminan los fronterizos del delito, cuya virulencia crece por su impunidad ante la ley.

Su débil sentido moral les impide conservar intachable su conducta; sin caer por ello en plena delincuencia: son los imbéciles de la honestidad, distintos del idiota moral que rueda a la cárcel. No son delincuentes, pero son incapaces de mantenerse honestos; pobres espíritus, de carácter claudicante y voluntad relajada, no saben poner vallas seguras a los factores ocasionales, a las sugestiones del medio, a la tentación del lucro fácil, al contagio imitativo. Viven solicitados por tendencias uestas, oscilando entre el bien y el mal, como el asno de Buridán. Son caracteres conformados minuto por minuto en el molde inestable de las circunstancias. Ora son auxiliares permanentes del vicio y del delito, ora delinquen a medias por incapacidad de ejecutar un plan completo de conducta antisocial, ora tienen suficiente astucia y previsión para llegar al borde mismo del manicomio y de al cárcel, sin caer. Estos sujetos de moralidad incompleta, larvada, accidental o alternante, representan las etapas de transición entre la honestidad y el delito, la zona de interferencia entre el bien y el malsocialmente considerados. Carecen del equilibrismo oportunista, que salva del naufragio a otros mediocres.

Un estigma irrevocable impideles conformar sus senti-