Página:El hombre mediocre. Sexta edición (1926).pdf/107

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
103
El hombre mediocre

mientos a los criterios morales de su sociedad. En algunos es producto del temperamento nativo; pululan en las cárceles y viven como enemigos dentro de la sociedad que los hospeda. En muchos la degeneración moral es adquirida, fruto de la educación; en ciertos casos deriva de la lucha por la vida en un medio social desfavorable a su esfuerzo; son mediocres desorganizados, caídos en la ciénaga por obra del azar, capaces de comprender su desventura y avergonzarse de ella, como la fiera que ha errado el salto. En otros hay una inversión de los valores éticos, una perturbación del juicio que impide medir el bien y el mal con el cartabón aceptado por la sociedad; son invertidos morales, inaptos para estimar la honestidad y el vicio. Instables hay, por fin, cuyo carácter revela una ausencia de sólidos cimientos que los aseguren contra el oscilante vaivén de los apremios materiales y la alternativa inquietante de las tentaciones deshonestas. Esos inválidos no sienten la coerción social: su moralidad inferior bordejea en el vicio hasta el momento de encallar en el delito.

Estos inadaptables son moralmente inferiores al hom bre mediocre. Sus matices son variados: actúan en la sociedad como los insectos dañinos en la naturaleza.

El rebaño teme a esos violadores de su hipocresía. Los prudentes no les perdonan el impudor de su infamia y organizan contra ellos un complejo armazón defensivo de códigos, jueces y presidios; a través de siglos y de siglos su esfuerzo ha sido ineficaz. Constituyen una horda extranjera y hostil dentro de su propio terruño, audaz en la asechanza, embozada en el procedimiento, infatigable en la tramitación aleve de sus programas trágicos. Algunos confían su vanidad al filo de la cuchilla subpreticia, siempre alerta para blandirla con fulgurante presteza contra el corazón o la espalda; otros deslizan furtivamente su ágil garra sobre el oro o la gema que estimula su avidez con seducciones irresistibles; éstos violentan, como infantiles juguetes, los obstáculos con que la prudencia del burgués custodia el tesoro acumulado en interminables etapas de ahorro y de sacrificio; aquéllos denigran vírgenes inocentes para lucrar, ofreciendo los encantos de su cuer-