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José Ingenieros

po venusto a la insaciable lujuria de sensuales y libertinos; muchos sucsan la entraña de la miseria, en inverosímiles aritméticas de usura, como tenias solitarias que nutren su inextinguible voracidad en los juegos icorosos del intestino social enfermo; otros captan conciencias inexpertas para explotar los riquísimos filones de la ignorancia y el fanatismo. Todos son equivalentes en el desempeño de su parasitaria función antisocial, idénticos en la inadaptación de sus sentimientos más elementales. Converge en ellos una inveterada promiscuación de instintos y de perversiones que hace de cada conciencia una pústula arrastrándolos a malvivir del vicio y del delito.

Sea cual fuere, sin embargo, la orientación de su inferioridad biológica o social, encontramos una pincelada común en todos los hombres que están bajo el nivel de la mediocridad; la ineptitud constante para adaptarse a las condiciones que, en cada colectividad humana, limitan la lucha por la vida. Carecen de la aptitud que permite al hombre mediocre imitar los prejuicios y las hipocresías de la sociedad en que vegeta.

IV . FUNCIÓN SOCIAL DE LA VIRTUD

La honestidad es una imitación; la virtud es una originalidad. Solamente los virtuosos poseen talento moral y es obra suya cualquier ascenso hacia la perfección; el rebaño se limita a seguir sus huellas, incorporando a la honestidad banal lo que fué antes virtud de pocos. Y siempre rebajándola.

Hemos distinguido al delincuente del honesto. Insistamos en que su honestidad no es la virtud; él se esfuerza por confundirlas, sabiendo que la segunda le es inaccesible. La virtud es otra cosa. Es activa; excede infinitamente en variedad, en derechez, en coraje, a las prácticas rutinarias que libran de la infamia o de la cárcel.

Ser honesto implica someterse a las convenciones corrientes; ser virtuoso significa a menudo ir contra ellas, exponién-