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El hombre mediocre

dose a pasar como enemigo de toda moral el que lo es solamente de ciertos prejuicios inferiores. Si el sereno ateniense hubiera adulado a sus conciudadanos, la historia helénica no estaría manchada por su condena y el sabio no habría bebido la cicuta; pero no sería Sócrates. Su virtud consistió en resistir los prejuicios de los demás. Si pudiéramos vivir entre dignos y santos, la opinión ajena podría evitarnos tropiezos y caídas; pero es cobardía, viviendo entre atartufados, rebajarse al común nivel por miedo de atraer sus iras. Hacer como todos puede implicar avenirse a lo indigno; el progreso moral tiene como condición resistir al común descenso y adelantarse a su tiempo, como cualquier otro progreso.

Si existiera una moral eterna — y no tantas morales cuantos son los pueblos podría tomarse en serio la leyenda bíblica del árbol cargado de frutos del bien y del mal.

Sólo tendríamos dos tipos de hombres: el bueno y el malo, el honesto y el deshonesto, el normal y el inferior, el moral y el inmoral. Pero no es así. Los juicios de valor se transforman: el bien de hoy puede haber sido el mal de ayer, el mal de hoy puede ser el bien de maana. Y viceversa.

No es el hombre moralmente medioare el honesto quien determina las transformaciones de la moral.

Son los virtuosos y los santos, inconfundibles con él. Precursores, apóstoles, mártires, inventan formas superiores del bien, las enseñan, las predican, las imponen. Toda moral futura es un producto de esfuerzos individuales, obra de caracteres excelentes que conciben y practican perfecciones inaccesibles al hombre común. En eso consiste el talento moral, que forja la virtud, y el genio moral, que implica la santidad. Sin estos hombres originales no se concebiría la transformación de las costumbres; conservaríamos los sentimientos y pasiones de los primitivos seres humanos. Todo ascenso moral es un esfuerzo del talento virtuoso hacia la perfección futura; nunca inerte condescendencia para con el pasado, ni simple acomodación al presente.

La evolución de las virtudes depende de todos los factores morales e intelectuales. El cerebro suele anticiparse al corazón; pero nuestros sentimientos influyen más intensamente