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José Ingenieros

que nuestras ideas en la formación de los criterios morales.

El hecho es más notorio en las sociedades que en los individuos. Ha podido afirmarse que, si resucitase un griego o un romano, su cerebro permanecería atónito ante nuestra cultura intelectual, pero su corazón podría latir al unísono con muchos corazones contemporáneos. Sus ideas sobre el universo, el hombre y las cosas contrastarían con las nuestras, pero sus sentimientos ajustaríanse en gran parte a las palpitaciones del sentir moderno. En un siglo cambian las ideas fundamentales de la ciencia y la filosofía: los sentimientos centrales de la moral colectiva sólo sufren leves oscilaciones, porque los atributos biológicos de la especie humana varían lentamente. Nos fuerzan a sonreir los conocimientos infantiles de los clásicos; pero sus sentimientos nos conmueven, sus virtudes nos entusiasman, sus héroes nos admiran y nos parecen honrados por los mismos atributos que hoy nos harían honrarlos. Entonces, como ahora, los hombres ejemplares, aunque de ideas opuestas, practicaban análogas virtudes frente a los hipócritas de su tiempo. El fondo varía poco; lo que se trasmuta incesantemente es la forma, el juicio de valor que le confiere fuerza ética.

Hay, sin embargo, un progreso moral colectivo. Muchos dogmatismos, que antes fueron virtudes, son juzgados más tarde como prejuicios. En cada momento histórico coexisten virtudes y prejuicios; el talento moral practica las primeras; la honestidad se aferra a los segundos. Los grandes virtuosos, cada uno a su modo, combaten por lo mismo, en la forma que su cultura y su temperamento les sugieren.

Aunque por distintos caminos, y partiendo de premisas racionales antagónicas, todos se proponen mejorar al hombre:

son igualmente enemigos de los vicios de su tiempo.

Los virtuosos no igualan a los santos; la sociedad opone demasiados obstáculos a su esfuerzo. Pensar la perfección no implica practicarla totalmente; basta el firme propósito de marchar hacia ella. Los que piensan omo profetas pueden verse obligados a proceder como filisteos en muchos de sus actos. La virtud es una tensión real hacia lo que se oncibe como perfección ideal.