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José Ingenieros

exaltan a los domésticos. El brillo de la gloria sobre las frentes elegidas deslumbran a los ineptos como el hartazgo del rico encela al miserable. El elogio del mérito es un estímulo para su simulación. Obsesionados por el éxito e incapaces de soñar la gloria, muchos impotentes se envanecen de méritos ilusorios y virtudes secretas que los demás no reconocen; créense actores de la comedia humana; entran a la vida construyéndose un escenario, grande o pequeño, bajo o culminante, sombrío o luminoso; viven con perpetua preocupación del juicio ajeno sobre su sombra.. Consumen su existencia sedientos de distinguirse en su órbita, de preocupar a su mundo, de cautivar la atención ajena por cualquier medio y de cualquier manera. La diferencia, si la hay, es puramente cuantitativa entre la vanidad del escolar que persigue diez puntos en los exámenes, la del político que sueña verse aclamado ministro o presidente, la del novelista que aspira a ediciones de cien mil ejemplares y la del asesino que desea ver su retrato en los periódicos.

La exaltación del amor propio, peligrosa en los espíritus vulgares, es útil al hombre que sirve un Ideal. Este le cristaliza en dignidad; aquéllos la degeneran en vanidad.

El éxito envanece al tonto, nunca al excelente. Esa anticipación de la gloria hipertrofia la personalidad en los hombres superiores: es su condición natural. ¿El atleta no tiene, acaso, biceps excesivos hasta la deformidad? La función hace el órgano. El "yo" es el órgano propio de la originalidad: absoluta en el genio. Lo que es absurdo en el mediocre, en el hombre superior es un adorno: simple exponente de fuerza. El músculo abultado no es ridículo en el atleta; lo es, en cambio, toda adiposidad excesiva, por monstruosa e inútil, como la vanidad del insignificante.

Ciertos hombres de genio, Sarmiento, pongamos por caso, habrían sido incompletos sin su megalomanía.

Su orgullo nunca excede a la vanidad de los imbéciles.

La aparente diferencia guarda proporción con el mérito.

A un metro y a simple vista nadie ve la pata de una hormiga, pero todos perciben la garra de un león; lo propio ocurre con el egotismo ruidoso de los hombres y la desapercibida soberbia de las sombras. No pueden confun-