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José Ingenieros

en sí mismo, se atrinchera en sus ideales y calla, temiendo estorbar con sus palabras a la sombra que le escuchan. Y mientras cambia el clima, como es fatal en la alternativa de las estaciones, espera anclado en su orgullo, como si éste fuera el puerto natural y más seguro para su dignidad.

Vive con la obsesión de no depender de nadie; sabe que sin independencia material el honor está expuesto a mil mancillas, y para adquirirla soportará los más rudos trabajos, cuyo fruto será su libertad en el porvenir. Todo parásito es un siervo: todo mendigo es un doméstico. El hambriento puede ser rebelde: no es nunca un hombre libre. Enemiga poderosa de la dignidad es la miseria: ella hace trizas los caracteres vacilantes e incuba las peores servidumbres. El que ha atravesado dignamente una pobreza es un heroico ejemplar de carácter.

El pobre no puede vivir su vida, tantos son los compromisos de la indigencia; redimirse de ella es comenzar a vivir. Todos los hombres altivos viven soñando una modesta independencia material; la miseria es mordaza que traba la lengua y paraliza el corazón. Hay que escapar de sus garras para elegirse el Ideal más alto, el trabajo más agradable, la mujer más santa, los amigos más leales, los horizontes más risueños, el aislamiento más tranquilo. La pobreza impone el enrolamiento social; el individuo se inscribe en un gremio, más o menos jornalero, más o menos funcionario, contrayendo deberes y sufriendo presiones denigrantes que le empujan a domesticarse. Enseñaban los estoicos los secretos de la dignidad: contentarse con lo que se tiene, restringiendo las propias necesidades. Un hombre libre no espera nada de otros, no necesita pedir. La felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse de él; por ignorar ese precepto no es libre el avaro, ni es feliz. Los bienes que tenemos son la base de nuestra independencia: los que deseamos son la cadena remachada sobre nuestra esclavitud.

La fortuna aumenta la libertad de los espíritus cultivados y torna vergonzosa la ridiculez de los palurdos. Suprema es la indignidad de los que adulan teniendo fortuna; ésta les redimiría de todas las domesticidades, si no fuesen esclavos de la vanidad.