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El hombre mediocre

pios de la vejez. Muchos siglos antes de estudiar la los psicólogos modernos, el propio Cicerón escribió palabras de finitivas: "Nunca he oído decir que un viejo haya olvidado el sitio en que había ocultado su tesoro" (De Senectute, c. 7).

Y debe ser verdad, si tal dijo quien se propuso defender los fueros y encantos de la vejez.

Las canas son avaras y la avaricia es un árbol estéril:

la humanidad perecería si tuviese que alimentarse de sus frutos. La moral burguesa del ahorro ha envilecido a generaciones y pueblos enteros; hay graves peligros en predicarla, pues, como enseñó Maquiavelo, "más daña a los pueblos la avaricia de sus ciudadanos que la rapacidad de sus enemigos".

Esa pasión de coleccionar bienes que no se disfrutan, se acrecienta con los años, al revés de las otras. El que es maniestrecho en la juventud llega hasta asesinar por dinero en la vejez. La avaricia seca el corazón, lo cierra a la fe, al amor a la esperanza, al ideal. Si un avaro poseyera el sol, dejaría el universo a obscuras para evitar que su tesoro se gastase. Además de aferrarse a lo que tiene, el avaro se desespera por tener más, sin límite; es más miserable cuanto más tiene; para soterrar talegas que no disfruta, renuncia a la dignidad o al bienestar; ese afán de perseguir lo que no gozará nunca, constituye la más siniestra de las miserias.

La avaricia, como pasión envilecedora, iguala a la envidia. Es la pústula moral de los corazones envejecidos.

II .—ETAPAS DE LA DECADENCIA

La personalidad individual se constituye por sobreposiciones sucesivas de la experiencia. Se ha señalado una "estratificación" del carácter; la palabra es exacta y merece conservarse para ulteriores desenvolvimientos.

En sus capas primitivas y fundamentales yacen las inclinaciones recibidas hereditariamente de los antepasados: la "mentalidad de la especie". En las capas medianas encuén-