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José Ingenieros

JosE INGENIEROS

habría osado desmantelar la tumba más gloriosa si hubiera entrevisto la esperanza de que algo resucitaría de entre las cenizas.

Había gestos de águilas prisionera en los desequilibrios de Sarmiento. Fué "inactual" en su medio; el genio importa siempre una anticipación. Su originalidad pareció rayana en desvarío. Hubo, ciertamente, en él un desequilibrio: mas no era intrínseco en su personalidad, sino extrínseco, entre ella y su medio. Su inquietud no era inconstancia, su labor no era agitación. Su genio era una suprema cordura en todo lo que a sus ideales tocaba; parecía lo contrario por contraste con la niebla de mediocridad que le circuía.

Tenía los descompaginamientos que la vida moderna hace sufrir a todos los caracteres militantes; pero la revelación más indudable de su genialidad está en la eficacia de su obra, a pesar de los aparentes desequilibrios. Personificó la más grande lucha entre el pasado y el porvenir del continente, asumiendo con exceso la responsabilidad de su destino. Nada le perdonaron los enemigos del Ideal que él representaba; todo le exigieron los partidarios. El mayor equilibrio posible en el hombre común es exiguo comparado con el que necesita tener el genio: aquél soporta un trabajo igual a uno y éste lo emprende equivalente a mil.

Para ello necesita una rara firmeza y una absoluta precisión ejecutiva. Donde los otros se apunan, los genios trepan; cobran mayor pujanza cuando arrecian las borrascas: parecen águilas planeantes en su atmósfera natural.

La incomprensión de estos detalles ha hecho que en todo tiempo se atribuyera a insania la genialidad de tales hombres, concretándose al fin la consabida hipótesis de su parentesco con la locura, cómoda de aplicar a cuantos se elevan sobre los comunes procesos del raciocinio rutinario y de la actividad doméstica. Pero se olvida que inadaptado no quiere decir alienado: el genio no podría consistir en adaptarse a la mediocridad.