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El hombre mediocre

hipócrita no aspira a ser virtuoso, sino a parecerlo: no admira intrínsecamente la virtud, quiere ser contado entre los virtuosos por las prebendas y honores que tal condición puede reportarle. Faltándole la osadía de practicar el mal, a que está inclinado, conténtase con sugerir que oculta sus virtudes por modestia; pero jamás consigue usar con desenvoltura el antifaz. Sus manejos asoman por alguna parte, como las clásicas orejas bajo la corona de Midas.

La virtud y el mérito son incompatibles con el tartufismo; la observación induce a desconfiar de las virtudes misteriosas. Ya enseñaba Horacio que "la virtud oculta difiere poco de la obscura holgazanería". (Od., IV , 9, 29).

No teniendo valor para la verdad es imposible tenerlo para la justicia. En vano los hipócritas viven jactándose de una gran ecuanimidad y procurando adquirir prestigios catonianos: su prudente cobardía les impide ser jueces toda vez que dan comprometerse con un fallo. Prefieren tartajear sentencias bilaterales y ambiguas, diciendo que hay luz y sombra en todas las cosas: no lo hacen, empero, por filosofía, sino por incapacidad de responsabilizarse de sus juicios. Dicen que éstos deben ser relativos, aunque en lo íntimo de su mollera creen infalibles sus opiniones. No osan proclamar su propia suficiencia prefieren avanzar en la vida sin más brújula que el éxito, ofreciendo el flanco y bordejeando, esquivos a poner la proa hacia el más leve obstáculo. Los hombres rectos son objeto de su acendrado rencor, pues con su rectitud humillan a los oblicuos; pero éstos no confiesan su cobardía y sonríen servilmente a las miradas que los torturan, aunque sienten el vejamen: se contraen a estudiar los defectos de los hombres virtuosos para filtrar pérfidos venenos en el homenaje que a todas horas están obligados a tributarles.

Difaman sordamente; traicionan siempre, como los esclavos, como los híbridos que traen en las venas sangre servil. Hay que temblar cuando sonríen: vienen tanteando la empuñadura de algún estilete oculto bajo su capa.

El hipócrita entibia toda amistad con sus dobleces: nadie puede confiar en su ambigüedad recalcitrante. Día por día afloja sus anastómosis con las personas que le rodean: