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José Ingenieros

su sensibilidad escasa impídele caldearse en la ternura ajena y su afectividad va palideciendo como una planta que no recibe sol, agostado el corazón en un invierno prematuro.

Sólo piensa en sí mismo, y ésa es su pobreza suprema. Sus sentimientos se marchitan en los invernáculos de la mentira y la vanidad. Mientras los caracteres dignos crecen en un perpetuo olvido de su ayer y piensan en cosas nobles para su mañana, los hipócritas se repliegan sobre sí mismos, sin darse, sin gastarse, retrayéndose, atrofiándose.

Su falta de intimidades les impide toda expansión, obsesionados por el temor de que su conciencia moral asome a la superficie. Saben que bastaría una leve brisa para descorrer su livianísimo velo de virtud. No pudiendo confiar en nadie, viven cegando las fuentes de su propio corazón: no sienten la raza, la patria, la clase, la familia, ni la amistad, aunque saben mentirlas para explotarlas mejor. Ajenos a todo y a todos, pierden el sentimiento de la solidaridad social, hasta caer en sórdidas caricaturas del egoísmo. El hipócrita mide su generosidad por las ventajas que de ella obtiene; concibe la beneficencia como una industria lucrativa para su reputación. Antes de dar, investiga si tendrá notoriedad su donativo; figura en primera línea en todas las suscripciones públicas, pero no abriría su mano en la sombra. Invierte su dinero en un bazar de caridad, como si comprara acciones de una empresa; eso no le impide ejercer la usura en privado o sacar provecho del hambre ajena.

Su indiferencia al mal del prójimo puede arrastrarle a complicidades indignas. Para satisfacer alguno de sus apetitos no vacilará ante grises intrigas, sin preocuparse de que ellas tengan consecuencias imprevistas. Una palabra del hipócrita basta para enemistar a dos amigos o para distanciar a dos amantes. Sus armas son poderosas por lo invisibles; con una sospecha falsa, puede envenenar una felicidad, destruir una armonía, quebrar una concordancia.

Su apego a la mentira le hace acoger benévolamente cualqui infamia, desenvolviéndola hasta lo infinito, subterráneamente, sin ver el rumbo ni medir cuán hondo, tan irresponsable como esas alimañas que cavan al azar sus