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El hombre mediocre

madrigueras, cortando las raíces de las flores más de licadas.

Indigno de la confianza ajena, el hipócrita vive desconfiando de todos, hasta caer en el supremo infortunio de la susceptibilidad. Un terror ansioso le acoquina frente a los hombres sinceros, creyendo escuchar en cada palabra un reproche merecido: no hay en ello dignidad, sino remordimiento. En vano pretendería engañarse a sí mismo, confundiendo la susceptibilidad con la delicadeza; aquélla nace del miedo y ésta es hija del orgullo.

Difieren como la cobardía y la prudencia, como el cinismo y la sinceridad. La desconfianza del hipócrita es una caricatura de la delicadeza del orgulloso. Este sentimiento puede tornar susceptible al hombre de méritos excelentes, toda vez que desdeña dignidades cuyo precio es el servilismo y cuyo camino es la adulación; el hombre digno exige enton.ces respeto para ese valor moral que no manifiesta por los modos vulgares de la protesta estéril, pero ello le aparta para siempre de los hipócritas domesticados. Es raro el caso. Frecuentísima es, en cambio, la susceptibilidad del hipócrita que teme verse desenmascarado por los sinceros.

Sería extraño que conservara esa delicadeza, única sobreviviente al naufragio de las demás. El hábito de fingir es incompatible con esos matices del orgullo; la mentira es opaca a cualquier resplandor de dignidad. La conducta de los tartufos no puede conservarse adamantina; los expedientes equívocos se encadenan hasta ahogar los últimos escrúpulos A fuerza de pedir a los demás sus prejuicios endeudándose moralmente con la sociedad, pierden el temor de pedir otros favores y bienes materiales, olvidando que las deudas torpemente acumuladas esclavizan al hombre. Cada préstamo no devuelto es un nuevo eslabón remachado a su cadena; se les hace imposible vivir dignamente en una ciudad donde hay calles que no pueden cruzar y entre personas cuya mirada no sabrían sostener. La mentira y la hipocresía convergen a estos renunciamientos, quitando al hombre su independencia. Las deudas contraídas por vanidad o por vicio obligan a fingir y engañar; el que las acumula renuncia a poda dignidad.