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El hombre mediocre

EI . HOMBRE MEDIOCRE

95 pre en los corazones sensibles por los que saben dar a tiempo y cerrando los ojos. A veces resulta ingrato sin saberlo, por simple error de su contabilidad sentimental. Para evitar la ingratitud ajena sólo se le ocurre no hacer el bien; cumple su decisión sin esfuerzo, limitándose a practicar sus formas ostensibles, en la proporción que puede convenir a su sombra. Sus sentimientos son otros; el hipócrita sabe que puede seguir siendo honesto aunque practique el mal con disimulo y con desenfado la ingratitud.

La psicología de Tartufo sería incompleta si olvidáramos que coloca en lo más hermético de sus tabernáculos todo lo que anuncia el florecer de pasiones inherentes a la condición humana. Frente al pudor instintivo, casto por definición, los hipócritas han organizado un pudor convencional, impúdico y corrosivo. La capacidad de amar, cuyas efervescencias santifican la vida misma, eternizándola, les parece inconfesable, como si el contacto de dos bocas amantes fuera menos natural que el beso del sol cuando enciende las corolas de las flores. Mantienen oculto y misterioso todo lo concerniente al amor, como si el convertirlo en delito no acicatara la tentación de los castos; pero esa pudibundez visible no les prohibe ensayar invisiblemente las abyecciones más torpes. Se escandalizan de la pasión sin renunciar al vicio, limitándose a disfrazarlo o encubrirlo. Encuentran que el mal no está en las cosas mismas, sino en las apariencias, formándose una moral para sí y otra para los demás, como esas casadas que presumen de honestas aunque tengan tres amantes y repudian a la doncella que ama a un solo hombre sin tener marido.

No tiene límites esta escabrosa frontera de la hipocresía.

Celosos catones de las costumbres, persiguen las más puras exhibiciones de la belleza artística. Pondrían una hoja de parra en la mano de la Venus Medicea, como otrora injuriaron telas y estatuas para velar las más divinas desnudeces de Grecia y del Renacimiento. Confunden la castísima armonía de la belleza plástica con la intención obscena que los asalta al contemplarla. No advierten que la perversidad está siempre en ellos, nunca en la obra de arte.