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»que el valeroso Manchego venga conmigo á las »manos en singular batalla, que para sólo su gran »>valor guardan los hados esta nunca vista aventu»ra.» Hecho esto sacó de la vaina un ancho y desmesurado alfanje, y asiéndome á mí por los cabellos hizo finta de querer segarme la gola y cortarme á cercén la cabeza. Turbéme, pegóseme la voz á la garganta, quedé mohina en todo estremo; pero con todo me esforcé lo más que pude, y con voz temblorosa y doliente le dije tantas y tales cosas, que le hicieron suspender la ejecución de tan riguroso castigo. Finalmente, hizo traer ante sí todas las dueñas de palacio, que fueron estas que están presentes, y después de haber exagerado nuestra culpa, y vituperado las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores trazas, y cargando á todas la culpa que yo sola tenía, dijo que no quería con pena capital castigarrios, sino con otras penas dilatadas, que nos diesen una muerte civil y continua: y en aquel mismo momento y punto que acabo de decir esto, sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara, y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas. Acudimos luego con las manos á los rostros, y hallámonos de la manera que ahora veréis; y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces con que cubiertas venían, y descubriendo los rostros, todos poblados de barbas, cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas, y cuáles albarrazadas, de cuya vista mostraron quedar admirados el duque y la duquesa, pasmados don Quijote y Sancho, y atónitos todos los presentes; y la Trifaldi prosiguió: Desta manera nos castigó aquel follón y mal intencionado de Malambruno, cubriendo la blandura y morbidez de nuestros rostros con la aspereza destas -