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1 cerdas, que pluguiera al cielo que antes con su desmesurado alfanje nos hubiera derribado las testas, que no que nos asombrara la luz de nuestras caras con esta borra que nos cubre: porque si entramos en cuenta, señores míos (y esto que voy á decir agora lo quisiera decir hechos mis ojos fuentes), pero la consideración de nuestra desgracia, y los ma res que hasta aquí han llovido, los tienen sin humor y secos como aristas, y así lo diré sin lágrimas: digo pues que adónde podrá ir una dueña con barbas? ¿Qué padre ó qué madre se dolerá dellas?

¿Quién le dará ayuda? pues aun cuando tiene la tez lisa, y el rostro martirizado con mil suertes de menjurjes y mudas, apenas halla quien bien le quiera, ¿qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro? ¡Oh dueñas y compañeras mías! en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos engendraron; y diciendo esto dió muestras de desmayarse.

CAPITULO XL

Dos cosas que atañen y tocan á esta aventura y á esta memorable historia.

Real y verdaderamente todos los que gustan de semejantes historias como esta deben de mostrarse agradecidos á Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa por menuda que fuese que no la sacase á luz distintamente. Pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde á las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos, finalmente los átomos del más curioso deseo