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sigo algún dinero en plata: él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno de una bolsa de cuero.

Mandó que la sacase, y se la entregase así como estaba á la querellanta: él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y haciendo mil zalemas á todos, y rogando á Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas, con esto se salió del juzgado llevando la bolsa asida con entrambas manos:

aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro. Apenas salió cuando Sancho dijo al ganadero, que ya se le saltaban las lágrimas, y los ojos y el corazón se iban tras su bolsa. Buen hombre, id tras aquella mujer, y quitadle la bolsa aunque no quiera, y volved aquí con ella: y no lo dijo á tonto ni á sordo, porque luego partió como un rayo y fué á lo que se le mandaba. Todos los presentes estaban suspensos esperando el fin de aquel pleito y de allí á poco volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados que la vez primera: ella la saya levantada, y en el regazo puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela, mas no era posible según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:

—Justicia de Dios y del mundo: mire vuestra merced, señor gobernador, la poca vergüenza y el poco temor dese desalmado, que en mitad de la calle me ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme.

Y háosla quitado? preguntó el gobernador.

—Como quitar, respondió la mujer, antes me dejaré quitar yo la vida, que me quiten la bolsa:

bonita es la niña, otros gatos me han de echar á las barbas, que no este desventurado y asqueroso; tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bas-