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do, en un brinco se le puso el mono en él, y llegando la boca al oído daba diente con diente muy apriesa; y habiendo hecho este ademán por espacio de un credo, de otro brinco se puso en el suelo, y al punto con grandísima priesa se fué maese Pedro á poner de rodillas ante don Quijote, y abrazándole las piernas dijo:

—Estas piernas abrazo bien así como si abraza ra las dos colunas de Hércules, ¡oh resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería! ¡oh no jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, ánimo de los desmayados, arrimo de los que van á caer, brazo de los caídos, báculo y consuelo de todos los desdichados!

Quedó pasmado don Quijote, absorto Sancho, suspenso el primo, atónito el paje, abobado el del rebuzno, confuso el ventero, y finalmente espantados todos los que oyeron las razones del titerero, el cual prosiguió diciendo:

—Y tú, oh buen Sancho Panza, el mejor escudero del mejor caballero del mundo, alégrate, que tu buena mujer Teresa está buena, y esta es la hora en que ella está rastrillando una libra de lino, y por más señas tiene á su lado izquierdo un jarro desbocado, que cabe un buen por qué de vino, con que se entretiene en su trabajo.

—Eso creo yo muy bien, respondió Sancho, porque es ella una bienaventurada, y á no ser celosa, no la trocara yo por la giganta Andandona, que según mi señor, fué una mujer muy cabal y muy de pró; y es mi Teresa de aquellas que no se dejan mal pasar, aunque sea á costa de sus herederos.

—Ahora digo, dijo á esta sazón don Quijote, que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho. Digo esto, porque ¿qué persuasión