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estocadas por la reja y á decir á grandes voces :

Afuera, malignos encantadores, afuera, canalla hechiceresca, que yo soy don Quijote de la Mancha, contra quien no valen ni tienen fuerza vuestras malas intenciones; y volviéndose á los gatos que andaban por el aposento, les tiró muchas cuchilladas: ellos acudieron á la reja, y por allí se salieron, aunque uno viéndose tan acosado de las cuchilladas de don Quijote, le saltó al rostro, y le asió de las narices con las uñas y los dientes, por cuyo dolor don Quijote comenzó á dar los mayores gritos que pudo. Oyendo lo cual el duque y la duquesa, y considerando lo que podía ser, con mucha presteza acudieron á su estancia, y abriendo con llave maestra vieron al pobre caballero pugnando con todas sus fuerzas por arrancar el gato de su rostro. Entraron con luces, y vieron la desigual pelea acudió el duque á despartirla, y don Quijote dijo á voces :

PM

—No me lo quite nadie, déjenme mano á mano con este demonio, con este hechicero, con este encantador, que yo le daré á entender de mí á él quién es don Quijote de la Mancha.

Pero el gato no curándose destas amenazas gruñía y apretaba. Más en fin, el duque se le desarraigó y le echó por la reja: quedó don Quijote acribado el rostro, y no muy sanas las narices, aunque muy despechado porque no le habían dejado fenecer la batalla que tan trabada tenía con aquel malandrín encantador. Hicieron traer aceite de aparicio, y la misma Altisidora con sus blanquísimas manos le puso unas vendas por todo lo herido, y al ponérselas, con voz baja le dijo:

—Todas estas malandanzas to suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y per-