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Carlomagno, padre putativo de la tal Melisendra, el cual, mohino de ver el ocio y descuido de su yerno, le sale á reñir: y adviertan con la vehemencia y ahinco que le riñe, que no parece sino que le quiere dar con el ceptro media docena de coscorrones, y aun hay autores que dicen que se los dió, y muy bien dados; y después de haberle dicho muchas cosas acerca del peligro que corría su honra en no procurar la libertad de su esposa, dicen que le dijo:

Harto os he dicho, miradlo.

Miren vuesas mercedes también como el Emperador vuelve las espaldas, y deja despechado á don Gaiferos, el cual ya ven como arroja impaciente de la cólera lejos de sí el tablero y las tablas, y pide apriesa las armas, y á don Roldán su primo pide prestada su espada Durindana, y como don Roldán no se la quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empresa en que se pone; pero el valeroso enojado no lo quiere aceptar; antes dice que él solo es bastante para sacar á su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra, y con esto se entra á armar para ponerse luego en camino. Vuelvan vuesas mercedes los ojos á aquella torre que allí parece, que se presupone que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería, y aquella dama que en el balcón parece vestida á lo moro es la sin par Melisendra, que desde allí muchas veces se ponía á mirar el camino de Francia, y puesta la imaginación en París y en su esposo se consolaba en su cautiverio. Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizás no visto jamás. ¿No ven aquel moro que callandico y pasito á paso, puesto el dedo en la