Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/292

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 288 —

cio se quejaba tierna y dolorosamente; y no era mucho ni se lamentaba de vicio, que á la verdad no estaba muy bien parado.

—¡Ay, dijo entonces Sancho Panza, y cuán no pensados sucesos suelen suceder á cada paso á los que viven en este miserable mundo! ¿Quién dijera que el que ayer se vió entronizado gobernador de una insula, mandando á sus sirvientes y á sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie, ni criado ni vasallo que acuda á su socorro? Aquí habremos de perecer de hambre yo y mi jumento,si ya no nos morimos antes, él de molido y quebrantado, y yo de pesaroso: á lo menos no seré yo tan venturoso como lo fué mi señor don Quijote de la Mancha cuando descendió y bajó de la cueva de aquel encantado Montesinos, donde halló quien le regalase mejor que en su casa, que no parece sino que se fué á mesa puesta y á cama hecha. Allí vió él visiones hermosas y apetecibles, y yo veré aquí, á lo que creo, sapos y culebras.

¡Desdichado de mí, y en qué han parado mis locuras y fantasías! De aquí sacarán mis huesos, cuando el cielo sea servido que me descubran, mondos, blancos y raídos, y los de mi buen rucio con ellos, por donde quizá se echará de ver quién somos, á lo menos de los que tuvieron noticia que nunca Sancho Panza se apartó de su asno, ni su asno de Sancho Panza. Otra vez, digo, ¡miserables de nosotros! que no ha querido nuestra corta suerte que muriésemos en nuestra patria, y entre los nuestros, donde ya que no hallara remedio nuestra desgracia, no faltara quien della se doliera, y en la hora última de nuestro pensamiento nos cerrara los ojos. ¡Oh compañero y amigo mío, qué