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casas y tejados que tenía cuando entré en ella.

No he pedido prestado á nadie, ni metídome en granjerías: y aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso que no se habían de guardar, que es lo mesmo hacerlas que no hacerlas. Salí, como digo, de la insula sin otro acompañamiento que el de mi rucio: caí en una sima, víneme por ella adelante, hasta que esta mañana con la luz del sol vi la salida; pero no tan fácil, que á no depararme el cielo á mi señor don Quijote, allí me quedara hasta la fin del mundo.

Así que, mis señores duque y duquesa, aquí está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha granjeado en solos diez días que ha tenido el gobierno, á conocer que no le ha de dar nada por ser gobernador, no que de una insula, sino de todo el mundo; y con este presupuesto, besando á vuesas mercedes los pies, imitando al juego de los muchachos, que dicen: salta tú, y dámela tú, doy un salto del gobierno, y me paso al servicio de mi señor don Quijote, que en fin en él aunque como el pan con sobresalto, hártome á lo menos: y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de zanahorias, que de perdices.

— Con esto dió fin á su larga plática Sancho, temiendo siempre don Quijote que había de decir en ella millares de disparates; y cuando le vió acabar con tan pocos dió en su corazón gracias al cielo, y el duque abrazó á Sancho, y le dijo que le pesaba en el alma de que hubiese dejado tan presto el gobierno; pero que él haría de suerte que se le diese en su estado otro oficio de menos carga y de más provecho. Abrazólo la duquesa asimismo, y mandó que le regalasen, porque daba señales de venir mal molido y peor parado.