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cían; y que le hacía saber que era el más gracioso y el más entendido hombre del mundo, y que de allí á cuatro días, que era el de San Juan Bautista, se le pondría en mitad de la playa de la ciudad, armado de todas sus armas, sobre Rocinante su caballo, y á su escudero Sancho sobre su asno, y que diese noticia desto á sus amigos, los Niarros, para que con él se solazasen, que él quisiera que carecieran deste gusto las Cadells sus contrarios; pero que esto era imposible, á causa que las locuras y discreciones de don Quijote, y los donaires de su escudero Sancho Panza, no podían dejar de dar gusto general á todo el mundo. Despachó estas cartas con uno de sus escuderos, que mudando el traje de bandolero en el de un labrador, entró en Barcelona y la dió á quien iba.

— CAPITULO LXI

De lo que sucedió á don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto.

Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trescientos años no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida. Aquí amanecían, acullá comían: unas veces huían sin saber de quién, y otras esperaban sin saber á