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modo tendrían para que Ana Félix y su padre quedasen en España, pareciéndoles no ser de inconveniente alguno que quedasen en ella hija tan cristiana y padre al parecer tan bien intencionado.

Don Antonio se ofreció á venir á la corte á negociarlo, donde había de venir forzosamente á otros negocios, dando á entender que en ella por medio del favor y de las dádivas muchas cosas dificultosas se acaban.

—No, dijo Ricote que se halló presente á esta plática, hay que esperar en favores ni en dádivas, porque con el gran don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, á quien dió su majestad cargo de nuestra expulsión, no valen ruegos, no promesas, no dádivas, no lástimas; porque aunque es verdad que él mezcla la misericordia con la justicia, como él ve que todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido, usa con él antes del cauterio que abrasa, que del ungüento que molifica; y así con prudencia, con sagacidad, con diligencia y con miedos que pone, ha llevado sobre sus fuertes hombros á debida ejecución el peso desta gran máquina, sin que nuestras industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes hayan podido deslumbrar sus ojos de Argos, que contino tiene alerta, porque no se le quede ni encubra ninguno de los nuestros, que como raiz escondida, con el tiempo venga después á brotar y á echar frutos venenosos en España, ya limpia, ya desembarazada de los temores en que nuestra muchedumbre la tenía. ¡ Heroica resolución del gran Felipe Tercero, y inaudita prudencia de haberla encargado al tal don Bernardino de Velasco !

—Una por una yo haré, puesto allá, las diligencias posibles, y haga el cielo lo que más fuere ser-