Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/424

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azotes: no tienen más que hacer sino tomar una gran piedra, y atármela al cuello, y dar conmigo en un pozo, de lo que á mí no pesaría mucho, si es que para curar los males ajenos tengo yo de ser la vaca de la boda. Déjenme, sino, por Dios que lo arroje y que lo eche todo á trece, aunque no se vendalos reYa en esto se había sentado en el túmulo Altisidora, y al mismo instante sonaron las chirimías, á quien acompañaron las flautas y las voces de todos, que aclamaban: Viva Altisidora, Altísidora viva. Levantáronse los duques y los reyes Minos y Radamanto, y todos juntos, con lon Quijote y Sancho fueron á recebir á Altisidora, y á bajarla del túmulo, la cual haciendo de la desmayada se inclinó á los duques y yes, y mirando de través á don Quijote le dijo:

—Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estado en el otro mundo á mi parecer más de mil años: y á tí, oh el más compasivo escudero que contiene el orbe, te agradezco la vida que poseo. Dispón desde hoy más, amigo Sancho, de seis camisas mías que te mando, para que hagas otras seis para tí, y si no son todas sanas, á lo menos son todas limpias.

Besóle por ello las manos Sancho con la coroza en la mano y las rodillas en el suelo. Mandó el duque que se la quitasen, y le volviesen su caperuza, y le pusiesen el sayo, y le quitasen la ropa de las llamas. Suplicó Sancho al duque que le dejasen la ropa y mitra, que la quería llevar á su tierra por señal y memoria de aquel nunca visto suceso. La duquesa respondió que sí dejarían, que ya sabía él cuán grande amiga suya